viernes, mayo 11, 2007

El Pastor y sus ovejas

El Señor escribe en el libro donde constan los nombres de los pueblos:

Este nació en ella. Y los que cantan y los que bailan dicen: Mi hogar está
en ti
[*Salmo 87,6 - 7*]*.*


Cuando Jesús dio a entender que su relación con sus seguidores era como
la
que tiene un pastor con sus ovejas [*Juan 10,27*], sus discípulos
entendieron perfectamente lo que les quería decir. Palestina era una
región
rural, donde siempre se veían los rebaños de ovejas por las colinas. No
había hombre, mujer o niño que no supiera que la seguridad y el
bienestar de
las ovejas dependía totalmente del cuidado, el valor y la dedicación
del
pastor.



Cuando enseñaba, Jesús usaba esta imagen porque conocía a sus
seguidores y
quería estar seguro de que supieran que Él era el Pastor divino. A los
que
serían sus discípulos, les pedía estar atentos a sus palabras y ser
obedientes, porque la vida de ellos dependería de que conocieran su
voz,
confiaran en su palabra y obedecieran sus mandamientos sin reservas
[*Juan
10,28 - 30*]*.*



Es importante recordar que la promesa de esta seguridad perfecta no
carece
de ciertas condiciones, una de las cuales es que nosotros, que somos el
rebaño del Señor, lleguemos a reconocer su voz, es decir, a
distinguirla de
otras voces que quieren desviarnos del camino verdadero. La capacidad
de
reconocer la voz del Señor se adquiere escuchándolo, pasando momentos
de
oración, poniendo atención a lo que nos dice la proclamación de su
Palabra
al leer la Escritura.



La segunda condición es obedecer. Nuestro deseo de obedecer sería mucho
mayor si supiéramos cuáles son los peligros de la desobediencia, como
el
pastor mismo lo sabe. A pesar de que constantemente se nos hace
recordar los
peligros de la vida en el mundo actual, seguimos viviendo con una
indiferencia sorprendente. Por alguna razón, parece que reconocemos
fácilmente muchos de los peligros que se ciernen sobre nuestras
familias [el
alcoholismo, la drogadicción, el adulterio, la promiscuidad sexual]
pero
generalmente no prestamos mucha atención a los otros peligros que
también
son sumamente destructivos: el chisme, los celos, la pereza, el
egoísmo, la
apatía, la discordia.



Quienes ya creemos en Cristo no podemos quedarnos mudos ante la
urgencia de
que el Señor sea conocido para que, quien lo acepte, le dé un verdadero
sentido de amor y de esperanza a la vida personal y social. La
Escritura nos
dice que no entristezcamos al Espíritu Santo con el cual fuimos
marcados
para distinguirnos el día de la liberación. Ese Espíritu es quien da
testimonio de Jesús desde nosotros por nuestras buenas obras; por eso
no
sólo nos llamamos cristianos, sino que por nuestro comportamiento,
manifestamos que somos propiedad del Señor. Al ver la obra que Dios
hace
desde nosotros y desde los demás, debemos alegrarnos y jamás sentir
celos o
envidias porque el Señor haya distribuido sus carismas de modo diverso
entre
los fieles para la construcción del Reino.



Quien pertenece a la verdad acepta ese testimonio y permanece en Jesús
y
Jesús en él, como el Hijo permanece en el Padre y el Padre en el Hijo.
Por
esta razón quienes creen en Jesús pertenecen a sus ovejas y tienen vida
eterna y nadie, ni la muerte, las arrebatará de su mano, pues como
pertenencia del Padre, a pesar de la muerte, vivirán eternamente ante
Él
junto con Jesús.

Seamos personas de fe; seamos hijos en el Hijo; seamos auténticos
cristianos, es decir: ungidos de Dios en razón de que su Espíritu se
haya
derramado en nuestros corazones. Que esa realidad no se quede en puras
imaginaciones, sino que quienes nos traten, y vean contemplen, y
sientan el
amor de Dios más que por nuestras palabras, por nuestras obras nacidas
del
Espíritu de Dios, a quien le demos amplia cabida en nuestra vida.



¡¡¡Jesús, amado Pastor de nuestras almas, úngeme para que escuche tu
palabra
y obedezca lo que en ella mandas. Se que soy de tus ovejas y que en ti
estoy seguro !!!